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Sara, diagnosticada de TEA a los 41 años: “Fue una liberación poner nombre a lo que me pasaba”

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MADRID, 02 (SERVIMEDIA)

Sara Codina nació en Barcelona hace casi 44 años y no fue hasta hace dos y medio, con 41, cuando supo que es una persona con autismo. Tras toda una vida “buscando respuestas” y “un nombre” para lo que le ocurría y cómo se sentía, le diagnosticaron un trastorno del espectro del autismo (TEA) de nivel 1 por el que tiene reconocido un 36% de discapacidad y recibió la noticia como “una liberación y un alivio”.

Así lo confesó en declaraciones a Servimedia coincidiendo con el Día Mundial de Concienciación sobre el autismo, que se conmemora este domingo, y así lo narra en primera persona en su libro ‘Neurodivina y punto’, título que revela cómo se siente ahora. Llegar a esa conclusión no fue tarea fácil, pues siempre albergó “un sentido de no pertenencia” y una sensación de “no entender nada en general” y, en algún momento, incluso pensó que era “marciana”.

“No entiendo cómo funciona todo, el por qué no me interesa lo mismo que a los demás, el por qué hay cosas que los demás hacen con mucha facilidad y a mí no me salen”, abundó, para asegurar que, por ejemplo, le cuesta “un mundo” sobre todo “socializar e interactuar con un desconocido”, aunque, en principio, puede “parecer muy sociable” porque tiene “muy claro el funcionamiento” y lo tiene “muy aprendido”.

“Soy muy rígida también a nivel cognitivo, me cuesta controlar y reconocer mis emociones y las de los demás”, espetó, para afirmar que también llegó a pensar que “había algo” en ella “que no funcionaba” y que “estaba rota”, porque “veía que no era como los demás” pese a que se esforzaba por “gustar y encajar” y no sabía “poner límites”, lo cual juzgó “muy peligroso” dado que, en ocasiones, esa actitud la convertía en “vulnerable a muchas violencias” y en víctima de “etiquetas” como “persona tonta o ingenua”.

A su juicio, era como si su cerebro “tuviera un sistema operativo iOS y la mayoría tuviera un sistema Android y todo estuviera configurado para sistema Android”. “Por mucho que quiera, si no me ponen aplicaciones que me vayan bien a mí, no podré seguir el ritmo o amoldarme a unas aplicaciones que no funcionan conmigo”, ejemplificó, al tiempo que subrayó que el autismo “no es una enfermedad”, pese a que ella “siempre estaba enferma y somatizaba todo” de niña.

LA PROCESIÓN VA POR DENTRO

La depresión “siempre ha estado presente” en su vida, al igual que la ansiedad y la idea del suicidio “como algo normalizado y una opción más”, pese a lo cual fue una joven “siempre sonriente, súper educada, muy tranquila e introvertida”. Aunque no sufrió bullying, su “procesión iba por dentro” y eso, a su entender, “dificultaba” un diagnóstico que ha sido “positivo y una liberación” para su entorno, al que ha “ayudado a comprender” muchos de sus comportamientos.

“Porque, por mucho que intente disimular y forzarme a ser como los demás, es que no lo soy y, de vez en cuando, reventaba”, sentenció, al tiempo que recordó cómo, durante cuatro décadas, “nadie” le “daba respuestas”, pese a que empezó a acudir al psicólogo y al psiquiatra incluso antes de cumplir la mayoría de edad.

En su periplo de consulta en consulta, tres años antes del diagnóstico los especialistas comenzaron a “acercarse” a lo que realmente le sucedía, si bien le diagnosticaron desde agorafobia a hipersensibilidad auditiva o TDH. No fue hasta poco antes de estallar la pandemia, cuando, “por tozuda e insistente”, en noviembre de 2019 conoció a un psiquiatra que no era especialista en autismo, pero le aconsejó realizarse pruebas para confirmarlo, convencido de que podía ser “un caso invisibilizado”.

Aunque en un principio no quiso “hacerse ilusiones”, cuando se hizo las pruebas “no hubo duda” y los resultados echaron por tierra su percepción de que su perfil “no se ajustaba” al “estereotipo” de lo que es una persona con autismo. “Yo imaginaba a un niño, no una niña, que no habla y tiene conductas disruptivas; o a un señor obsesionado con un tema y que sabe mucho de él, pero se comunica poco”, explicó, para afirmar que, después de dos años “descubriendo” el autismo, entendió que “el espectro se muestra de muchas maneras”.

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MIEDO

“Empecé a leer historias de otras mujeres y eso me empezó a cuadrar muchísimo, ya no tuve ninguna duda”, añadió, para confesar que antes de recibir el diagnóstico tenía “miedo” a que le dijeran “que no era tampoco autista” y a “tener que volver a empezar”. Por ello, cuando se lo confirmaron sintió “un alivio espectacular” y estaba “eufórica por poder, por fin, ponerle nombre” a su situación, algo que, para ella, “era vital”.

“Poner un nombre y, a partir de ahí, empezar a entender y a encajar todos esos porqués y saber incluso quién soy en realidad de todos los personajes que me había creado como estrategia para adaptarme a cada entorno”, aseveró, para puntualizar que, en estas cuatro décadas, “creaba patrones de funcionamiento por imitación” para poder desenvolverse.

En este punto, manifestó que el diagnóstico le permitió darse cuenta “de todo lo que había ocurrido y todo lo que tienes que cambiar y desaprender para empezar a construir un presente mejor”. “Tienes que deconstruirte para volver a construirte de una manera sana, respetuosa contigo misma e incluso llegándote a querer”, agregó, sabedora de que en un “camino de lucha” como el que ha vivido “se desvirtúa hasta tu propia identidad”.

“Te das cuenta de que te has obligado a hacer muchas cosas. Te has exigido muchísimo, te has castigado muchísimo porque querías encajar en un mundo que no entendías y tu objetivo era encontrar un sentido de pertenencia”, incidió, para reconocer que ese reto “ha sido agotador”, pero que ahora cuenta con “unas herramientas” que le “sirven” para “tener una vida mejor” así como para protegerse y “poner límites”.

ACEPTAR Y PERDONARSE

Con todo, aún se encuentra “en esa fase de aceptar” todo lo ocurrido y “perdonarse”. “Entender que no era culpa mía, que no estaba rota, que no estoy defectuosa”, reiteró, para celebrar que en la actualidad sus relaciones “han mejorado”, porque puede “ser” ella y “mostrar un poco más” cómo se siente.

Eso es lo que, la también directora de la Escuela de Música Joan Llongueres de Barcelona y madre de dos niños gemelos, hace en su blog ‘Mujer y Autista’, que creó para “explicar” el diagnóstico a su entorno y “eliminar estigmas y romper mitos” y que fue el germen de un libro con el que, en tono de humor pero “sin quitarle importancia”, pretende “visibilizar una parte del amplio espectro del autismo” y contribuir a que “esas pequeñas señales” que pueden indicar su presencia “se detecten antes”.

“Mi intención era que más mujeres pudieran sentirse identificadas conmigo y, si no tiran la toalla, mejor; ayudar a los profesionales a detectar casos de niñas, para que no lleguen tan tarde y que la sociedad vea que hay muchas maneras de funcionar y que no es malo ser diferente, sino que es súper positivo, y que la diversidad suma”, apostilló, para pedir que “antes de juzgar o rechazar al diferente, se le escuche, y antes de opinar, se pregunte”.

Junto a ello, juzgó “vital” que se “facilite” el acceso a un diagnóstico en la sanidad pública, consciente de que, aunque “hay profesionales muy buenos especializados en autismo en la Seguridad Social”, a los pacientes les “cuesta horrores llegar a ellos”, y aconsejó a quien esté “cansado” de “buscar respuestas” que “no tire la toalla”.

Por último, a las familias de un niño con autismo les pidió que “respeten la forma de ser de sus hijos”. “Que intenten aprender su manera de ver el mundo, que les enseñen a aprender a entender el mundo y no les obliguen a ser como los demás, porque eso les va a hacer sufrir”, concluyó.


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